Trastornos Funcionales: ¿Diagnóstico por Exclusión o Enfermedades Reales?
Los trastornos funcionales han sido
tradicionalmente catalogados como diagnósticos de exclusión en la practica médica habitual, puesto que se caracteriza su presentación clínica por la ausencia de
alteraciones estructurales o bioquímicas evidentes en las pruebas de rutina.
Durante décadas, esta situación generó incertidumbre en el manejo y, en
ocasiones, estigmatización de los pacientes. Sin embargo, recientes avances en
neuroimagen, inmunología y estudios del eje neuroinmunoendocrino han permitido
identificar alteraciones objetivas en estos síndromes, lo que sugiere que
pueden tratarse de entidades clínicas reales con bases biológicas específicas.
El objetivo de este articulo es analizar la evolución
histórica, la evidencia científica emergente y las implicaciones prácticas en
el manejo de estos trastornos.
EVOLUCIÓN HISTORICA Y DEFINICIONES
Durante mucho tiempo, los trastornos funcionales –como el síndrome del intestino irritable, la dispepsia funcional, el dolor torácico no cardiaco y otros– se consideraron “diagnósticos residuales”, es decir, una vez descartadas las causas orgánicas, se atribuían a una alteración del funcionamiento sin base anatómica aparente. Este enfoque de exclusión se basaba en la limitada sensibilidad de las pruebas diagnósticas disponibles, pero también en un paradigma que vinculaba estos síndromes con factores psicológicos.
Con la llegada de nuevas técnicas (como la
resonancia magnética funcional, la tomografía por emisión de positrones y los
análisis de citoquinas) se han detectado anomalías en la conectividad cerebral,
en la respuesta inmune y en la regulación autonómica, lo que ha transformado la
concepción de estos trastornos. Hoy en día, muchos expertos defienden que se
trata de trastornos con mecanismos fisiopatológicos propios, que requieren un
enfoque terapéutico integral.
EPIDEMIOLOGÍA Y CARGA SOCIAL
Los trastornos funcionales afectan a un porcentaje significativo de la población. Se estima que entre un 20% y un 30% de las consultas en medicina de familia tienen relación con estos síndromes. Además de la carga clínica –debido a la persistencia de los síntomas y a la reducción significativa de la calidad de vida–, existe un considerable impacto socioeconómico. Los costos directos (pruebas diagnósticas, consultas, tratamientos) y los costos indirectos (absentismo laboral, reducción en la productividad y pérdida de calidad de vida) representan un desafío importante para los sistemas sanitarios.
La demora diagnóstica y la estigmatización
contribuyen a agravar la situación, ya que los pacientes pueden generar
múltiples consultas, someterse a tratamientos inadecuados y, en ocasiones, a la
desvalorización de su sufrimiento, lo que afecta también asu salud mental y a su
integración social.
PRICIPALES TRASTORNOS FUNCIONALES
Síndrome del intestino irritable (SII)
Se caracteriza por dolor abdominal recurrente, alteración en el ritmo de las deposiciones (diarrea, estreñimiento o alternancia) y distensión abdominal, sin evidencia de anormalidades estructurales en el intestino. Estudios recientes sugieren la participación de la disbiosis intestinal y una respuesta inflamatoria de bajo grado.
Dispepsia funcional
Se define como malestar o dolor en la región epigástrica sin una causa orgánica identificable. La dispepsia funcional se relaciona con alteraciones en la motilidad gástrica y en la sensibilidad visceral, y se considera parte del espectro de los trastornos gastrointestinales funcionales.
Dolor torácico no cardíaco
Este síndrome se diagnostica en pacientes con
dolor torácico que, tras una evaluación cardiológica exhaustiva, no presentan
enfermedad coronaria u otras causas cardiacas. Se asocia a menudo a una
hipersensibilidad de las vías nerviosas y a alteraciones en el procesamiento
del dolor a nivel central.
Fibromialgia
Aunque la fibromialgia se clasifica a veces como
un síndrome de sensibilización central, comparte numerosas características con
los trastornos funcionales. Se manifiesta como dolor musculoesquelético
generalizado, fatiga, trastornos del sueño y deterioro cognitivo ("niebla
cerebral"). La evidencia de alteraciones en la función autonómica, la
conectividad cerebral y la respuesta inflamatoria respalda su consideración
como entidad clínica real.
Síndrome de fatiga crónica (SFC)
El SFC, también conocido como encefalomielitis
miálgica, se caracteriza por fatiga profunda y persistente que no mejora con el
reposo, malestar post-esfuerzo y, en muchos casos, síntomas neurológicos como
dificultades cognitivas. Aunque tradicionalmente se diagnostica por exclusión,
recientes estudios indican alteraciones objetivas en el sistema nervioso y en
la respuesta inmune.
DESAFÍOS EN EL DIAGNÓSTICO: DEL PROCESO DE EXCLUSIÓN A LA IDENTIFICACIÓN DE BIOMARCADORES
Diagnóstico por exclusión
El enfoque tradicional en la práctica clínica ha
sido el diagnóstico por exclusión. Este método implica realizar una batería de
pruebas para descartar condiciones orgánicas –como enfermedades infecciosas,
endocrinas, autoinmunes y neoplásicas– y, en ausencia de hallazgos positivos,
se clasifica el cuadro como funcional. Aunque este método sigue siendo útil,
presenta varias limitaciones:
- Retrasos diagnósticos: La realización de múltiples pruebas y evaluaciones puede prolongar el tiempo hasta el diagnóstico, lo que retrasa el inicio del tratamiento.
- Uso excesivo de recursos: La
acumulación de estudios complementarios aumenta los costos y puede exponer al
paciente a procedimientos invasivos o innecesarios.
- Impacto emocional: La
incertidumbre diagnóstica y la sensación de ser “descartado” pueden generar
ansiedad y frustración en el paciente.
Evidencia de una entidad clínica real
Los avances en investigación han permitido
identificar alteraciones que apoyan la existencia de una patología subyacente
en los trastornos funcionales:
- Disfunción del sistema nervioso autónomo: La prueba de la mesa basculante (o tilt test) y otros estudios de función autonómica han demostrado alteraciones en la respuesta cardiovascular y en la regulación de la presión arterial en pacientes con trastornos funcionales. La intolerancia ortostática y los episodios de mareo son comunes y se relacionan con una disfunción en el sistema nervioso simpático y parasimpático.
- Neuroimagen y conectividad cerebral: Estudios con resonancia magnética funcional han revelado patrones de activación anómalos en regiones del cerebro involucradas en la percepción del dolor, el procesamiento visceral y la regulación emocional. Estas alteraciones sugieren una disfunción en la forma en que el cerebro integra y procesa las señales sensoriales, lo que puede explicar síntomas como el dolor crónico y la fatiga.
- Respuesta inflamatoria e inmunitaria: Diversas
investigaciones han identificado niveles elevados de citoquinas
proinflamatorias y marcadores de estrés oxidativo en pacientes con síndromes
funcionales. Estos hallazgos apoyan la hipótesis de que una activación
inmunitaria crónica, aunque de bajo grado, contribuya a la sintomatología.
- Microbiota intestinal y permeabilidad: En síndromes
como el síndrome del intestino irritable, se han detectado cambios en la
composición de la microbiota y en la integridad de la barrera intestinal. La
disbiosis y el aumento de la permeabilidad (leaky gut) pueden desencadenar
respuestas inflamatorias sistémicas que afectan la función del sistema nervioso
central.
Estos hallazgos han impulsado la búsqueda de
biomarcadores específicos, que en el futuro podrían permitir diagnósticos más
precisos y un seguimiento individualizado de la enfermedad.
MECANISMOS FISIOPATOLÓGICOS Y EXPLORACIONES COMPLEMENTARIAS PROPUESTAS
Aunque la etiología exacta varía entre los diferentes síndromes funcionales, se han identificado algunos mecanismos comunes:
Disfunción autonómica y regulación del dolor
Los trastornos funcionales se asocian
frecuentemente con alteraciones en el sistema nervioso autónomo, que regulan
funciones involuntarias como la frecuencia cardíaca y la presión arterial. La
disautonomía puede explicar síntomas como la intolerancia ortostática, el mareo
y las fluctuaciones en la sensación de dolor. Asimismo, se ha sugerido que una
hiperexcitabilidad de las vías neurales responsables de la percepción del dolor
puede contribuir a una sensibilidad exacerbada en respuesta a estímulos que, en
condiciones normales, no resultarían dolorosos.
- Prueba de mesa basculante (Tilt Table Test): Permite evaluar la respuesta cardiovascular al cambio postural, detectando intolerancia ortostática y otros signos de disautonomía.
- Análisis de variabilidad de la frecuencia cardiaca (HRV): Evalúa la actividad del sistema nervioso autónomo y la capacidad de adaptación del organismo.
- Pruebas de sensibilidad cuantitativa (Quantitative Sensory Testing, QST): Aunque más utilizadas en contextos especializados, ayudan a identificar alteraciones en la percepción del dolor y la hiperexcitabilidad de las vías nociceptivas.
Actividad inflamatoria crónica de bajo grado
Aunque no se detecta una infección activa, algunos
estudios han mostrado que pacientes con trastornos funcionales pueden presentar
niveles anómalos de citoquinas proinflamatorias, como interleucina-6 (IL-6) y
factor de necrosis tumoral-alfa (TNF-α). Esta respuesta inflamatoria crónica,
aun cuando de baja intensidad, puede generar síntomas sistémicos como fatiga,
malestar general y alteraciones en el estado de ánimo.
- Marcadores inflamatorios de alta sensibilidad: La PCR ultrasensible (hs-CRP) y la velocidad de sedimentación globular (VSG) pueden dar indicios de una inflamación de bajo grado.
- Perfil de citoquinas: En algunos centros especializados se realizan ensayos para medir niveles de citoquinas proinflamatorias como IL-6, TNF-α e IL-1β, aunque su uso es más frecuente en el ámbito de la investigación.
Alteraciones en la conectividad y procesamiento cerebral
La evidencia obtenida mediante técnicas de
neuroimagen sugiere que existen diferencias en la forma en que los cerebros de
los pacientes con trastornos funcionales procesan la información sensorial y
dolorosa. Cambios en la conectividad de la red de atención, la corteza
prefrontal y otras áreas relacionadas con la integración sensorial pueden
explicar tanto la percepción aumentada del dolor como los déficits cognitivos
que se observan en estos pacientes.
- Resonancia magnética funcional (RMf): Permite visualizar cambios en la conectividad cerebral durante tareas cognitivas y en estado de reposo, identificando patrones de activación anómalos.
- Electroencefalograma (EEG) cuantitativo: Puede evaluar patrones de actividad cerebral y detectar anomalías en la función neuronal.
- Evaluación neuropsicológica: Con baterías de pruebas que midan atención, memoria y velocidad de procesamiento para detectar déficits en el procesamiento cognitivo.
Disbiosis y permeabilidad intestinal
En condiciones como el síndrome del intestino
irritable, se ha demostrado que la composición de la microbiota intestinal
difiere de la de individuos sanos. La alteración de la barrera intestinal
permite la translocación de endotoxinas y otros componentes microbianos al
torrente sanguíneo, lo que puede desencadenar una respuesta inflamatoria
sistémica. Este proceso, a su vez, afecta la función del sistema nervioso
central, contribuyendo a la aparición de síntomas funcionales.
- Análisis de la microbiota intestinal: El estudio de heces mediante secuenciación del ARNr 16S permite evaluar la composición y diversidad de la microbiota.
- Prueba de permeabilidad intestinal lactulosa/mannitol: Es un ensayo no invasivo que evalúa la integridad de la barrera intestinal.
- Medición de zonulina sérica: La zonulina es un biomarcador que se ha relacionado con la permeabilidad intestinal aumentada
Estas pruebas en general no accesibles en atención primaria, utilizadas con una
adecuada evaluación clínica, pueden ayudar a comprender mejor los mecanismos
subyacentes en los trastornos funcionales y, en algunos casos, orientar el
manejo terapéutico.
IMPLICACIONES EN EL MANEJO CLÍNICO
El reconocimiento de los trastornos funcionales como entidades clínicas reales tiene implicaciones importantes para el manejo de estos pacientes:
Enfoque multidisciplinario
El manejo de los síndromes funcionales requiere
la colaboración de diversos profesionales: médicos de familia, internistas, gastroenterólogos, cardiólogos, reumatologos neurólogos, psiquiatras, psicólogos y especialistas en rehabilitación. Este enfoque integral
permite abordar tanto los síntomas físicos como los aspectos psicosociales,
mejorando la calidad de vida del paciente.
Estrategias farmacológicas y no farmacológicas
Aunque no existe un tratamiento único y curativo,
se ha demostrado que un enfoque combinado puede ser efectivo:
- Terapia farmacológica: Pueden emplearse moduladores del dolor, agentes que actúan sobre el sistema nervioso autónomo y fármacos antiinflamatorios de baja potencia. Por ejemplo, antidepresivos tricíclicos y moduladores de la recaptación de serotonina pueden mejorar tanto el dolor como la calidad del sueño. En algunos casos, se utilizan medicamentos para tratar síntomas específicos, como medicamentos para el dolor neuropático o agentes que mejoran la circulación en casos de disautonomía.
- Intervenciones no farmacológicas: La terapia cognitivo-conductual (TCC) –enfocada en el manejo de estrategias de afrontamiento y en la reducción de la hipervigilancia hacia los síntomas–, la terapia ocupacional y programas de “pacing” para el manejo de la energía son fundamentales. La educación del paciente, la validación de sus síntomas y la participación en grupos de apoyo también juegan un rol crucial en el manejo a largo plazo.
Uso de biomarcadores emergentes y técnicas avanzadas
Aunque aún no se dispone de biomarcadores
validados de manera universal, la incorporación de técnicas de neuroimagen,
pruebas de función autonómica y análisis inmunológicos puede ayudar a confirmar
el diagnóstico y personalizar el tratamiento. La investigación en este campo
está en constante evolución, y en el futuro es probable que se disponga de
herramientas diagnósticas más precisas.
Importancia de la educación y el apoyo social
Uno de los mayores desafíos en el manejo de los
trastornos funcionales es la percepción social y médica de la enfermedad. La
falta de reconocimiento y la estigmatización pueden afectar negativamente el
bienestar emocional del paciente. Por ello, es crucial que los profesionales de
la salud se mantengan actualizados en la evidencia emergente y que se brinde
educación tanto a los pacientes como a sus familiares, promoviendo un enfoque
empático y de apoyo.
Perspectiva del paciente y desafíos en la práctica clínica
La experiencia de vivir con un trastorno
funcional puede ser frustrante tanto para el paciente como para el médico.
Muchos pacientes informan sentirse invalidados y desatendidos, lo que puede
llevar a la búsqueda de múltiples segundas opiniones y tratamientos
alternativos. Esta situación resalta la necesidad de:
- Validación clínica: Reconocer que, aunque los resultados de laboratorio y las pruebas de imagen sean normales, los síntomas del paciente son reales y están asociados a cambios funcionales mensurables mediante técnicas avanzadas.
- Comunicación efectiva: Establecer un canal de comunicación abierto y empático entre el paciente y el equipo médico, lo que facilita la construcción de un plan terapéutico conjunto y adaptado a las necesidades individuales.
- Adaptación del entorno: En la práctica clínica se debe prestar atención a la educación sobre estrategias de “pacing” y manejo de la energía, así como a la implementación de adaptaciones en el entorno del paciente, tanto en el hogar como en el trabajo.
AVANCES Y RETOS FUTUROS
La investigación en trastornos funcionales ha experimentado un notable avance en los últimos años, sin embargo, persisten retos significativos:
- Desarrollo de biomarcadores: La identificación de marcadores específicos (inmunológicos, neuroquímicos o de conectividad cerebral) permitiría realizar diagnósticos más rápidos y precisos, evitando el enfoque de exclusión que actualmente predomina.
- Ensayos terapéuticos controlados: Se requiere la realización de estudios clínicos rigurosos que evalúen la eficacia de intervenciones farmacológicas y no farmacológicas, con el fin de establecer protocolos de tratamiento basados en evidencia.
- Formación de profesionales: Incrementar la formación y la sensibilización de los médicos en cuanto a la fisiopatología y el manejo de estos síndromes es crucial para reducir los retrasos diagnósticos y mejorar la atención a los pacientes.
CONCLUSIONES
La transformación del paradigma en torno a los trastornos funcionales refleja un avance importante en la comprensión de estas condiciones. De ser considerados meramente diagnósticos de exclusión, se ha pasado a reconocerlos como entidades clínicas reales con bases fisiopatológicas comprobables. Este cambio tiene implicaciones cruciales en el manejo clínico, la validación de los síntomas y la calidad de vida de los pacientes.
El desafío actual radica en integrar los nuevos
conocimientos en la práctica diaria, desarrollando herramientas diagnósticas
precisas y estrategias terapéuticas personalizadas que aborden tanto la
sintomatología como los aspectos subyacentes de la enfermedad. La educación
continua, la investigación colaborativa y el enfoque multidisciplinario serán
clave para avanzar en el tratamiento y reconocimiento de estos complejos
trastornos.
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